Parque del Oeste: entre la desidia, el olvido y la diversión para los niños

A principios de los noventa la sombra del Retén de Catia eclipsaba la belleza y pulcritud del Parque del Oeste. Tras la demolición del penal, la ruina y la desidia se instalaron en el tradicional y concurrido espacio, que más nunca recobró el brillo y esplendor de antaño.

El Parque Alí Primera fue inaugurado en diciembre de 1983, está administrado, y “protegido”, por el Instituto Nacional de Parques (Inparques), ente adscrito al Ministerio del Poder Popular para el Ecosocialismo (Minec) pero que parece haber quedado en el olvido de la administración de dichos entes. Su ubicación en la avenida Sucre de Catia lo hace un punto concurrido en cualquier día de la semana.

Grama seca, aguas estancadas, estructuras vandalizadas y carcomidas por el óxido y el tiempo son algunas de las cualidades que se observan al transitar por el populoso parque. Sin embargo, el lugar sigue abriendo sus puertas semana a semana, funcionando gracias a las diferentes actividades y organizaciones que se desarrollan en el lugar aunque no representan gran avance, mejora o diferencia en la existencia del propio espacio.

En sus instalaciones se encuentra el Museo Jacobo Borges, la iglesia Nuestra Señora del Carmen y el liceo Miguel Antonio Caro. Adicionalmente se reúnen grupos scouts, planes vacacionales, eventos comunales y actividades recreativas para niños los fines de semana.

En contraste, las instalaciones muestran evidentes señales de abandono. A través de las redes sociales se ha denunciado reiteradas veces el mal estado de estanques y estructuras, sin que se vea una respuesta satisfactoria por parte de las autoridades..

Lo que una vez fue

Este espacio ha sido un tradicional punto de encuentro para quienes viven en el oeste. Ha tenido tres nombres: en su inauguración se le llamó simplemente Parque del Oeste, luego, Parque de Recreación Jóvito Villalba y luego, en el 2007 por decreto de Hugo Chávez, Parque de Recreación Alí Primera, en honor al popular cantante y cuyo nombre es el que ostenta actualmente.

Rosalinda Montero vive en Catia y lleva a su hijo Isaac los fines de semana al parque para que se distraiga. En las afueras se encuentra a los habituales vendedores de chucherías, helados, bebidas y los infaltables kioscos, que obtienen sus ingresos gracias a los visitantes del parque y a quienes hacen cola para ir a La Guaira.

A pesar del mal estado, Rosalinda confía en que la ingenuidad de la niñez haga el trabajo de borrar ese ambiente decrépito y sucio donde su hijo juega. El presupuesto estatal para el mantenimiento de las hectáreas del parque parece que no llega o no alcanza.

Mal estado y abandono

“El parque está bastante destruido”, es lo primero que puntualiza Rosalinda, a pesar de que las instalaciones de la entrada están medio cuidadas. “Lo único decente que se ve es al entrar, a primera vista todo está bonito, pero si caminas por el parque te das cuenta que no es así”.

Montero no sabe si el mal estado de la grama es por falta de lluvia o de cuidado manual, también menciona que todos los aparatos del parque están dañados. “Hay una casita para juegos que puso la gente de Inparques, pero nunca está abierta, creo que ya la dañaron”.

Los parquecitos para niños están todos deteriorados y vandalizados, a los más pequeños sólo les queda correr y brincar. “La gente ha optado por venir con pelotas, bicicletas o cualquier cosa para que el niño tenga algo con qué jugar. A Isaac lo traigo con el monopatín para que se entretenga”, dice.

Nada dura, nada se arregla

Rosalinda cuenta que hace como mes y medio habían puesto unos carritos de madera para que los niños jugaran y pasearan por el parque. Ya no sirven. “Todos están inservibles”, agrega. “La fuente no funciona, no la he visto con agua en mucho tiempo. Los kioscos para los cumpleaños siguen en pie porque son de concreto, si no ya los hubieran arrancado”.

-¿Y los baños?

-Ni hablar, sólo funciona uno y es mejor aguantar y llegar a la casa porque puedes contraer cosas peores que el covid. – dice, agregando que sólo ha visto funcionar un baño, el de la entrada, pero los demás del parque no sirven.

Sobre la basura, Montero resaltó que ese no es tanto el problema como el abandono del sitio. “No se ve tanta basura porque la gente no la tira al piso ya. Casi, porque siempre hay un cochino por ahí. Acá hay personal que barre de vez en cuando porque los he visto uno que otro fin de semana”.

Pero los árboles están moribundos, las hojas secas cubren el concreto y la grama, que también agonizan por falta de mantenimiento. “A veces se acumulan los desperdicios, pero cuando vuelves a venir los han recogido”.

El legendario parque parece sólo existir para que los niños corran, brinquen y se despejen en la medida de lo posible. Debido al auge de la pandemia no se observan tantas personas como antes, aunque sigue siendo visitado de forma recurrente por los habitantes de los sectores cercanos, que sólo cuentan con el viejo y achacoso parque para distraerse de tanta cotidianidad, que a veces abruma.