España: Así reprimían en la Segunda República a la prensa crítica

Fue en octubre de 1934, en el marco de la revolución de Asturias, cuando a ocho personas -entre ellas Aida de la Fuente, de 16 años, conocida como la Rosa Roja- fueron fusiladas en la localidad de San Pedro de los Arcos.

El periodista Luis Higón, quien firmaba en El Mercantil Valenciano bajo el pseudónimo de Luis de Sirval, se fue hasta el lugar donde ocurrió el levantamiento obrero cuando ya había sido sofocado. Higón quería revelar todos los detalles sobre las muertes de las personas. Pero, su reportaje nunca fue publicado y él mismo atribuía la responsabilidad de los asesinatos al teniente búlgaro de la Legión Dimitri Ivan Ivanoff.

La investigación de Luis Higón desató todas las alarmas de censura. Y es que además de que su trabajo no fue publicado, fue arrestado y conducido al calabozo de la comisaría de Oviedo. Todo esto sucedió luego de que el teniente Dimitri Ivan Ivanoff se molestara porque lo culparan de la muerte. Así que lo arrastró hasta el patio del cuartel y le pegó un tiro a bocajarro.

Tras lo sucedido, Dimitri Ivan Ivanoff, fue condenado solo a seis meses de cárcel. La terrible tragedia provocó que intelectuales como Unamuno, Machado o Juan Ramón Jiménez dirigiesen sus protestas al Tribunal Supremo.

Foto Cortesía. Aída de la Fuente, La Rosa Roja de Asturias

No había libertad de expresión

Este tipo de noticias no se podían leer en los diarios de ese momento y es que el bienio radical-cedista hacía impracticable la crítica periodística. Así que era improbable que los diarios reflejaran las reprobables prácticas que habían utilizado las autoridades republicanas para reprimir la revuelta obrera.

En ese momento, la represión contra la prensa fue inmensa. Mucho más que la desatada en agosto de 1932, cuando la coalición republicano-socialista suspendió por decreto 120 periódicos. Todos sospechosos de ser críticos con el gobierno, para no publicitar el golpe de Estado fallido del general Sanjurjo.

Ni Derecha Ni Izquierda… La Prensa siempre será incómoda

Durante la Segunda República, no importaba el espectro ideológico que dirigiese el país: izquierda y derecha, de ese mismo modo implantaron sucesivas medidas de contención y control que convirtió la presunta libertad de expresión en una utopía inalcanzable.

La investigadora Carmen Martínez Pineda, en su libro publicado «Libertad Secuestrada», defiende esta tesis y además, analiza cómo se constituyó y cómo funcionó el aparato de censura utilizado por el poder durante la Segunda República.

La libertad de expresión fue conculcada desde el minuto uno [con la aprobación de la Ley de Defensa de la República que permitía ejercer un control tenaz de la labor informativa de los medios]. En el momento en que un periódico discrepaba o vertía una opinión amenazante para el gobierno, se suspendía de forma inmediata, se le privaba de comunicarse con sus lectores. 

Copias sobrantes

La autora asegura que le sorprendió encontrar bastantes alusiones a este mecanismo gubernamental que cercenaba la independencia de los diarios. Para lograr llevar a cabo su investigación, tuvo que visitar casi todos los archivos de la geografía nacional porque los documentos en los que se basa su estudio están dispersos. Uno de ellos fueron los telegramas en los que el ministro de Gobernación daba instrucciones precisas a los gobernadores civiles, enviados desde finales de 1933 hasta la sublevación de Franco en julio de 1936.

Esos telegramas estaban perdidos, algunos los encontré dentro de una carpetita que ponía: ‘Copias sobrantes’. 

Censura durante la Segunda República

Además, Carmen Martínez asegura que la censura fue reproduciéndose durante toda la Segunda República, independientemente de la tendencia ideológica del gobierno. Ya que en esos años clausuraron periódicos y detuvieron periodistas. Además, utilizaron a Telefónica o Correos para interceptar llamadas y telegramas de las agencias de noticias.

La censura de prensa no fue algo coyuntural, que se aplicaba solamente contra las publicaciones extremistas, más belicosas. Fue algo perseverante que se fue reproduciendo durante toda la Segunda República. 

Tentáculos internacionales para censurar

Debemos mencionar, que la autora asegura que los tentáculos de la República no se limitaban exclusivamente a territorio nacional.

Las dificultades del Ejecutivo [de Lerroux] para silenciar las publicaciones internacionales lo llevó a adoptar la solución desmedida de suspender el servicio telefónico con el exterior para truncar, así, el suministro de noticias desde las agencias españolas a periódicos extranjeros. Y sobre todo, el envío telefónico de las noticias realizadas por los corresponsales y enviados especiales en España. 

Las diferencias de forma de censura, dependían de un gabinete de derechas o uno de izquierdas. Y es que en el bienio radical-cedista el control de la prensa se caracterizó por un régimen monolítico de severa disciplina, sometida casi siempre a la censura previa.  Para la época, los periódicos eran marcados con un escueto cartel informativo de Visado por la Censura. Y el Frente Popular, confirió un aspecto desolado a los ejemplares, los mutiló con informaciones reemplazadas por huecos en blanco, letras machacadas que hacían el texto ilegible.

En la etapa del Frente Popular, ni los métodos de aplicación de la censura fueron tan severos como lo habían sido con el gobierno saliente. Ni el gabinete de izquierdas se mostró tan puntilloso para suprimir de la publicación las pistas de su injerencia. 

Carmen Martínez llegó a la conclusión de que esa República que aprobó el sufragio femenino y muchos más derechos y libertades individuales, no ha sido el modelo «ideal de democracia que desde muchos sectores historiográficos, sobre todo de izquierda, nos han hecho creer. Esa República idílica contrastaba con las pruebas; falló como democracia».